La autovaloración es el resultado de relacionar nuestro autoconcepto con
nuestros valores e ideales. En este caso se contrapone lo que soy con lo que me gustaría ser,
emitiendo un juicio o valoración. Nuestro crecimiento y evolución personal
están muy relacionados con nuestra capacidad para reaccionar constructivamente
ante estas valoraciones. En la autovaloración influye el nivel de exigencia que
asumimos y cuáles son nuestros estándares para medir y evaluar nuestras
experiencias.
En un proceso de intervención psicológica, para trabajar la autoestima,
es útil explorar con mucho detalle estos dos aspectos y sus implicaciones en el
estado del cliente.
En ocasiones las
personas interiorizan ideas poco precisas o incluso equivocadas acerca de sí
mismos. Un caso extremo sería la anorexia, en la cual el autoconcepto está
totalmente distorsionado: una persona extremadamente delgada se percibe gorda.
Podemos encontrar otros ejemplos del día a día: políticos corruptos que se
consideran ejemplares, gente valiente que se juzga cobarde o personas
inteligentes que se sienten ignorantes.
En otros casos, un
autoconcepto coherente puede ir acompañado de una autovaloración contradictoria
o distorsionada. Esto puede ocurrir por varios motivos: el primero es un
conflicto entre dos valores. Imaginemos a una persona que valora hacer bien su
trabajo y, además, tiene como ideal el uso de estrategias pacíficas para
resolver conflictos. Si trabajara en la industria armamentística, por muy
coherente y ajustado que fuera su autoconcepto, es posible que surgieran
conflictos en su autovaloración. Otro motivo de autovaloración distorsionada
puede ser mantener unos niveles de exigencia que son inalcanzables. Por
ejemplo, el caso de una mujer que se valora negativamente como madre porque su
hija, puntualmente, no se comporta como a ella le gustaría. O un hombre muy
complaciente que se siente mal marido porque su mujer no muestra felicidad
absoluta en todo momento.
Es importante notar que la autoestima, así
como las posibles distorsiones en autoconcepto y autovaloración, son factores
importantes para la consecución de la felicidad y el desarrollo personal. La
autoestima debería ser la base sobre la que nos asentamos, una estima
incondicional que reconozca nuestros logros y nuestros valores, el suelo firme
que nos permita observar y explorar oportunidades de crecimiento. Los
desajustes entre el autoconcepto y la autovaloración nos dan la oportunidad de
saber en qué dirección podemos seguir evolucionando como personas,
reorganizando o jerarquizando nuestros valores, ajustando constructivamente
nuestras ideas acerca de nosotros mismos o regulando nuestros niveles de
exigencia (todo es mejorable, pero nada es perfecto).
Es
frecuente simplificar el concepto autoestima con la noción de quererse y
sentirse bien con uno mismo (a toda costa). Esta idea, poco meditada, puede dar
lugar a situaciones problemáticas: imaginemos el caso de una madre y esposa,
trabajadora, con unos altos niveles de exigencia en los tres ámbitos y un
autoconcepto distorsionado por frecuentes juicios acerca de su incapacidad para
sentirse la madre y la esposa que le gustaría ser, de acuerdo con su elevado
ideal. Supongamos que, por el contrario, consigue generalmente sentirse muy
buena trabajadora. Si, en este caso, la mujer solo tiene en cuenta el factor
autoestima (simplificado), es probable que trate de centrarse exclusivamente en
el ámbito que le permite quererse y sentirse bien consigo misma, el laboral.
Esta persona, puede acabar descuidando otros ámbitos que sean igual de
importantes (o más) en su vida: el personal y familiar.
En
realidad, suelen ser los ámbitos que más valoramos personalmente los que nos
provocan mayores incomodidades cuando no somos capaces de alcanzar nuestras
exigencias. Cuando esto sucede, corremos el peligro de no afrontar los
desafíos, descuidar esos contextos buscando una pseudofelicidad que nos
proporcionen otros ámbitos menos importantes en nuestras vidas, pero en los que
nos sintamos más capaces o reforzados. En otras palabras, donde nos resulte más
fácil querernos y valorarnos positivamente.
En
conclusión, la autoestima es un factor muy importante en la búsqueda de la
felicidad y el desarrollo personal, pero es importante tener en cuenta otros
aspectos que están implicados en ella, para poder realizar un diagnóstico más
acertado de cómo la persona está dando sentido al mundo y ayudarle a conseguir
sus objetivos, explorando en qué ámbito se podría intervenir con mejores
resultados globales. Consideramos que la autoestima debe ser la base y el motor
de nuestro desarrollo, no una idea distorsionada que promueva el estancamiento,
la desconexión con los propios valores y la falta de sentido en nuestras
vidas.
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